Un
trozo de historia
Inmerso
en el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales,
en la X Región de Chile, en el sur de su
territorio, en uno de los más bellos parajes
de la zona, el Hotel Ensenada se conserva como
mudo testigo de años y años de historia
y tradiciones, conservando y atesorando parte
importante de ese pasado. De antigua data, el
hotel se construyó mediante el esfuerzo
e ingenio de muchos hombres que debieron transportar
sus estructuras sobre balsas que atravesaban el
lago Llanquihue, a cuyas orillas fue definitivamente
erigido. Carretas de bueyes ayudaron en la difícil
tarea.
Huéspedes
desde el año 1910
Los propietarios originales eran descendientes
directos de los primeros colonos alemanes que
llegaron a la zona, en el siglo pasado. Sus esfuerzos
y desvelos se vieron ya recompensados en 1910,
según consta en el libro de registro de
pasajeros, pues era muy frecuentado por los turistas
que cruzaban la cordillera hacia Argentina, por
el paso fronterizo Vicente Pérez Rosales.
El hotel era el anhelado refugio para los agotados
viajeros, que reponían fuerzas en sus cómodas
y gratas instalaciones. Ensenada es un lugar poco
frecuente de encontrar: con un hermoso lago a
sus pies y un imponente volcán siempre
nevado, como el Osorno, su vegetación autóctona
y bellos y cuidados jardines, parece que el tiempo
se hubiera detenido en esas postales alemanas
de comienzos de siglo.
Entrar
al hotel es ya una aventura
Tiene tantos objetos valiosos, cuadros, aparatos
de música, afiches, antiguedades, que no
basta un día para apreciarlo debidamente.
Construido íntegramente en madera, los
actuales propietarios han rescatado, con mucho
amor y dedicación, piezas verdaderamente
de museo, para recrear las habitaciones de este
viaje al pasado. Las camas, sus respaldos y doseles,
cubiertas por hermosos cubrecamas, son auténticamente
antiguas, rescatadas ya nadie sabe de dónde,
pero dispuestas en forma única y encantadora.
Las tulipas de las lámparas volverían
loco a cualquier anticuario.
Un
Trozo de historia a orillas del Llanquihue
Y, donde ya se alcanza lo máximo, es al
entrar a los baños. Todos ellos con tinas
antiguas, sustentadas en románticas patas
de león, hacen sentir que la historia se
detuvo y parece sentirse un murmullo de voces
que conversan en alemán, como los primeros
colonos. Y se encuentra natural, no parece raro
haber vuelto al pasado, es demasiado real para
no ser verdad. Los salones del primer piso merecen
varías visitas, desde el repleto recibido,
lleno de colecciones y antiguedades, hasta la
sala de música con gramófonos e
instrumentos musicales, rescatados para el deleite
de los pasajeros.
Tradición
y estilo
Todos los interiores son hechos en maderas nativas,
lo que aumenta la sensación de ser acogido
cálidamente, en un lugar de privilegio.
Mientras se recorren los hermosos y antiguos afiches
que decoran los muros, el llamado al comedor es
inminente. Y ahí también se ingresa
al pasado. Un hermosisimo comedor, recubierto
de maderas oscuras, con pequeñas y elaboradas
lámparas en cada mesa, hace sentir que
definitivamente estamos en el siglo pasado. Y
la influencia alemana se nota. Los menús
son una sabia demostración de cómo
ambas culturas, la chilena y la germana, se unen
armoniosamente. El lugar se presta para comer
en abundancia, preparaciones caseras y sabrosas,
con toques de sencillo refinamiento. La pastelería
si que denota mayor influencia alemana. Los kuchenes,
mermeladas y jugos de murta apreciado y pequeño
fruto de la zona son realmente poéticos.
La miel de ulmo es otra delicia de la casa, que
se puede degustar al desayuno. Casi no hay tiempo
para probar todas las especialidades de sus amplias
y generosas cocinas. De pronto, se pueden ver
algunas parejas que recuerdan su luna de miel,
vivida hace ya 50 años en ese mismo lugar,
o jóvenes ansiosos de la paz y el sosiego
del hotel. Se lee mucho, se pasea ante la majestuosidad
del volcán, se pescan truchas en el lago
o simplemente se descansa en alguno de los cómodos
sillones del salón. Hay panoramas para
todos los gustos. Incluso recientemente se habilitó
un anexo, separado del hotel, para los excursionistas
menos cómodos y más interesados
en las bicicletas de montaña.
Una
exclusividad en medio de la belleza
Pocos lugares habrá en el mundo como éste.
Su valor histórico es incalculable y, aunque
parezca mentira, se puede disfrutar por una tarifa
de US$100 con pensión completa. El aire
montañoso, el descanso y la buena comida,
junto a la belleza del entorno, le devolverán
la salud y la energía. Es una promesa...
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